"La libertad guiando al pueblo". Eugène Delacroix, 1830.
« el único objeto, que autoriza a los hombres, individual o colectivamente, a turbar la libertad de acción de cualquiera de sus semejantes, es la propia defensa; la única razón legítima para usar de la fuerza contra un miembro de una comunidad civilizada es la de impedirle perjudicar a otros; pero el bien de este individuo, sea físico, sea moral, no es razón suficiente. Ningún hombre puede, en buena lid, ser obligado a actuar o a abstenerse de hacerlo, porque de esa actuación o abstención haya de derivarse un bien para él, porque ello le ha de hacer más dichoso, o porque, en opinión de los demás, hacerlo sea prudente o justo. Éstas son buenas razones para discutir con él, para convencerle, o para suplicarle, pero no para obligarle o causarle daño alguno, si obra de modo diferente a nuestros deseos. Para que esta coacción fuese justificable, sería necesario que la conducta de este hombre tuviese por objeto el perjuicio de otro. Para aquello que no le atañe más que a él, su independencia es, de hecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su cuerpo y su espíritu, el individuo es soberano ».
John Stuart Mill: Sobre la libertad, 1859.
La cita que precede al siguiente artículo recoge el principio que John Stuart Mill pretende demostrar mediante su ensayo “Sobre la libertad”, editado por primera vez en 1859. Un siglo antes de esta publicación se forjan dos principios de la divisa del pensamiento liberal del siglo XVIII: Libertad e igualdad, dos pilares de esta corriente de pensamiento los cuales no estarán exentos de tensión entre ambos durante este siglo y los posteriores.
Libertad e igualdad se recogen de forma expresa en la Constitución de Massachusetts (1780) y en la Declaración de los Derechos del Ciudadano (1789), pero es la fraternidad la que viene a conciliar ambos. Añadida la fraternidad, la fórmula también se utiliza, entre otras, en tiempos de la revolución, en la comuna de París “La República es une e indivisible -Libertad, Igualdad y Fraternidad- o muerte”, y ya oficialmente a partir de la Segunda República Francesa (1848).
La Declaración Universal de los Derechos del Hombre (1948) también aboga en favor de este “espíritu de fraternidad”.
Tomadas estas premisas, comprendemos que los principios igualdad, libertad, fraternidad deben guardar un equilibrio en un sistema cuya autoridad-soberanía emane del pueblo, de la voluntad popular. Stuart Mill no se refiere al libre albedrío sino a una libertad civil, social, que en sus orígenes en tiempos anteriores cumplía la función de defender al individuo o grupos de individuos del gobierno, en una lucha entre libertad y autoridad. Una vez que el poder emana de la sociedad civil, la libertad cumple la función de proteger al pueblo o al individuo del propio estado liberal o al individuo ante la sociedad.
Vivimos tiempos difíciles para que estos dos principios igualdad y libertad se concilien como se pretende desde tiempos prerrevolucionarios; ya en aquella época, a mediados del S.XVIII, el tercer estado no era una clase social homogénea, tampoco en aquella época existía un proyecto uniforme de república entre los intelectuales, algunos alejados de la masa social y defensores de la burguesía progresista, como Voltaire, otros más identificados con el pueblo llano como Rousseau, pero sin un programa que solucionara el problema de la desigualdad entre los hombres, el cual, según él, se causaba a raíz de la propiedad privada, la cual daba origen a la sociedad civil. No obstante, sí existía una conciencia social común de vivir en desigualdad y un deseo de emancipación del antiguo régimen.
Esta conciencia de desigualdad, inspirará a su vez las filosofías políticas que se consolidarán, ya en la segunda mitad del siglo XIX contra los problemas sociales vinculados al capitalismo.
Durante el último año y medio, debido a la pandemia del coronavirus, los dos principios -igualdad y libertad- se han vuelto en numerosas ocasiones difícilmente conciliables, incluso excluyentes, por diferentes razones, entre ellas, la desigualdad: Para comenzar, las economías han sufrido fuertes recesos y los países que estaban en crisis han visto agravarse su problemática. Lo mismo ha sucedido con los sistemas políticos y sus respectivos ordenamientos jurídicos que se han confrontado a una situación contingente a la que han debido de adaptarse con más o menos acierto, privando a la población de algunas de sus libertades y derechos, poniendo el acento en medidas “igualitarias”, a sabiendas de la imposibilidad de conseguirse la igualdad de forma efectiva y con recursos muy limitados, también en los países desarrollados, para combatir el coronavirus. Los principios hipocráticos utilizados en la toma de decisiones no siempre atienden al principio de igualdad en un contexto de escasez.
En este contexto de crisis económica y humanitaria hemos constatado agravarse el desigual acceso a los bienes de primera necesidad, a la educación o al trabajo. Al aplicarse las medidas de confinamiento pretendiéndose cumplir con el principio de igualdad ante la ley, (a excepción de los profesionales esenciales), hemos visto cómo la población estaba obligada a soportar el confinamiento sometido a condiciones de desigualdad preexistentes. También se ha podido constatar que la marginalidad y la exclusión social se han incrementado y que en países desarrollados mucha gente sigue durmiendo en la calle y viviendo de la mendicidad.
En los meses de confinamiento y toques de queda, la ciudadanía ha valorado como un principio necesario la libertad, más todavía de lo que ya lo valorara anteriormente, y aunque la fraternidad se ha hecho patente desde la solidaridad, lo más anhelado, sin duda, es la libertad.
Ahora bien, algunos gobiernos como el del Reino Unido, que tardó en aceptar la inminente pandemia en sus inicios, o los Estados Unidos de Trump, que no adoptó una política cautelosa, o el gobierno de Bolsonaro, quien se permitió bromear y satirizar al respecto, pagaron caro el exceso de libertad. El propio Trump consideraba que la economía no podía detenerse ni limitarse las libertades de los americanos en un contexto caótico, porque en ese caso aumentarían los suicidios; esto último, efectivamente se ha producido aunque no por la falta de libertad.
La tensión autoridad-igualdad-libertad, nos acompaña continuamente y la fraternidad no siempre resulta efectiva ni se impone en un entorno concurrente e individualista. Tampoco lo hace la palabra patria.
Contestar a la autoridad, burlar el confinamiento o las medidas impuestas para mantener el orden se han convertido en un símbolo de libertad individual y colectiva, por encima de la igualdad moral que exige teóricamente respetar las medidas con el fin de defender la salud pública, bien común igualitario.
Con la llegada de las tan deseadas vacunas, para cuya consecución se emprendió una carrera contrarreloj por parte de los laboratorios, los estados y la sociedad internacional, se volvió a dar mucha importancia a la igualdad, todo el mundo quería tener derecho por igual a su disposición, pero tras los contratiempos producidos por la incertidumbre ante los efectos secundarios de algunas vacunas y los casos de muertes que podrían ser vinculados a éstas, parte de la ciudadanía que muestra signo de agotamiento, se ha enrocado, como lo hicieron hace un año los primeros movimientos negacionistas, y reivindican la libertad de elegir entre vacunarse o no. Ante estas circunstancias, y debido a la incertidumbre, algún gobierno incluso trasladó a la propia ciudadanía la responsabilidad de elegir qué vacuna deseaba recibir.
Durante los últimos fines de semana en las calles de las ciudades de Francia se ha alzado el grito “Liberté, liberté” contra la vacunación obligatoria y contra el pase sanitario que viene a reforzar las medidas de control, haciéndolas más rígidas e impopulares. Movimientos similares se están produciendo en otros países como Italia o Reino Unido.
Esta “liberté” que se reclama en Francia por ejemplo se vincula a “démocratie” y si retomamos los postulados de John Stuart Mill, el clamor popular sería negligente del principio de “égalité”, si considerásemos que no vacunarse puede ser perjudicial para otros individuos o para la comunidad, lo que tampoco está demostrado, pero lo cierto es que la tasa de mortalidad disminuye desde las campañas de vacunación. Por otro lado, la adopción de una ley que obligue a la población a vacunarse en casi su totalidad (se pretende una vacunación masiva pero siempre hay excepciones y el protocolo para vacunarse precisa de la respuesta negativa a una larga batería de preguntas) podría identificarse con una dictadura de las mayorías, un efecto perverso de la democracia liberal como claman los movimientos anti vacunación obligatoria y anti pase sanitario, el cual, normalmente debería estar dotado de un carácter transitorio.
Resulta paradójico que el repertorio de acción de algunos movimientos sociales recupere el grito “libertad” cuando otrora recurrían al bloqueo impidiendo la libertad de movimiento. El equilibrio entre igualdad y libertad no se produce de forma regular y continuada, pues cuando avanza la pandemia resurge el negacionismo con fuerza, como ante el avance de la variante Delta, ante las medidas de contención “igualitarias” y cuando se contiene, la libertad se desborda en detrimento de la igualdad que debería permitir la libertad de “una comunidad civilizada”.
Vitrina de una farmacia vandalizada durante la manifestación contra la vacunación obligatoria y contra el pase sanitario del 24 de julio en Nancy. Radio France.
La autoridad se pone en cuestión por parte de algunos sectores de la sociedad, sobre todo cuando ve a sus representantes dar signos de flaqueza, incapaces de gestionar la crisis con acierto, tanto en países considerados convencionalmente democráticos -la legitimidad no garantiza el buen gobierno- como entre los considerados fuera de los parámetros de democracia liberal. Cuba vive momentos de una crisis interna que viene de lejos, agravada igualmente por la pandemia, y las reivindicaciones de parte de la población, libertad para su pueblo, son las mismas de sus dirigentes ante los Estados Unidos, libertad y fin del embargo. Tras el envío de ayuda humanitaria por parte de Rusia, resulta ingenuo pensar que la política de bloques esté definitivamente acabada. También me parece ingenuo pensar que no existan clases sociales, comprobando el éxito que parece pudiera tener el turismo espacial para millonarios.
En la vorágine se recurre al pillaje, al motín de subsistencia según la economía moral de la multitud, concepto acuñado por E.P. Thompson, pero también a la ley de la jungla, a los pequeños tiranos de calle, a la opresión de la multitud, a la indefensión de los más vulnerables. Lo hemos visto en Cuba y en Sudáfrica. En la vorágine también se permiten los juicios rápidos, las autoridades cubanas alegan que los procedimientos abreviados se autorizan en muchos otros países cuando se considera necesario. La tensión autoridad-libertad-igualdad se desgarra y los resortes del estado se resienten.
En conclusión, el deseo de libertad se incrementa ante una falta de igualdad económica, jurídica o política, pero la tiranía de la libertad o de la igualdad suponen la perversión de la democracia, la demagogia. Por eso resulta necesaria una igualdad que nos permita ser libres como base de una libertad que nos permita ser diferentes, ya que si bien el individuo debe someterse al estado, éste debe garantizar los derechos y libertades individuales y es en este sentido que la autoridad debe procurar su legislación para evitar las tensiones entre ambos principios. La población, a su vez, debe ser consciente de la importancia de guardar este equilibrio, lo que resulta igualmente difícil de conseguir.
Bibliografía:
J.J.Rousseau : Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes. Editions Sociales, 1971, Paris.
J.J.Rousseau : Contrato social, Editorial Espasa Calpe, 2000, Madrid.
F.Fukuyama : La gran ruptura Ediciones B, S.A., 1999, Madrid.
Sitografía :
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